“¡Cómo pasa el tiempo!”, decimos habitualmente.
Esta popular afirmación surge de nuestra visión del tiempo como algo que se mueve, pero… ¿qué forma tiene ese “algo” y cómo se mueve?
 
En nuestra cultura occidental, solemos ver el tiempocomo una flecha: avanza irreversiblemente en línea recta, desde el pasado hacia el futuro. La mayoría de nosotros pensamos que la experiencia del hombre tiene un comienzo (su nacimiento), una duración (su vida) y un final (su muerte).

 

En las culturas más antiguas, en cambio, predominaba una concepción circular del tiempo: éste era visto como una rueda que daba vueltas, una y otra vez. Incluso hoy en día, muchos pueblos del planeta creen que el tiempo es cíclico, que sigue esquemas repetitivos y reversibles.
 
La visión del tiempo como una rueda, surgió de la observación de diferentes fenómenos naturales que tienen un carácter cíclico: las mareas, la salida y la puesta del sol, las fases de la luna y las estaciones.
 
Más allá de la adhesión que estos paradigmas puedan generar, lo cierto es que -en nuestra percepción del tiempo- conviven la flecha y la rueda: a veces sentimos el tiempo como algo que avanza… pero también hay veces que sentimos que se repite.
 
Aparentemente, nuestra experiencia del tiempo es
ambigua: a veces lo vemos como una flecha, otras como una rueda. En la vida de cualquier ser humano, en todos los niveles imaginables, existen repeticiones invariables, así como acontecimientos aislados, sucesivos y únicos.
 
Nuestro concepto del tiempo implica una mezcla de aquello que es recurrente y de aquello que no lo es: hay declinación, pero también hay rejuvenecimiento; hay cosas que no vuelven y otras que sí; existen fenómenos que evolucionan y otros que involucionan; etc…
 
Ver el tiempo como una flecha, nos permite confiar y sostener ideas esenciales, como la de progreso, mejora, superación y evolución. También nos permite creer que tenemos el poder de elegir una alternativa y obtener un resultado concreto (que no “todo da igual”) y que “vamos hacia alguna parte”. De alguna manera, la visión del tiempo como una flecha nos da una sensación de control sobre nuestras circunstancias.
 
Por su parte, ver el tiempo como una rueda nos permite tomar conciencia de los límites de nuestro control y de nuestras posibilidades sobre el mundo. Nos da la humildad necesaria para acercarnos a la naturaleza y respetar su desenvolvimiento. Nos enseña que la historia no es siempre progreso y evolución, sino que hay en ella muchas crisis que ocasionan regresiones, contradicciones y desórdenes que nos impiden avanzar como deseamos. Pero -sobre todo- nos da la necesaria esperanza de que -siempre- tenemos una segunda oportunidad…
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